Tomó la pistola y jaló el gatillo. Nada nuevamente. Defraudado, se fue a la cama a la espera del día siguiente. Su rutina continuó igual: desayuno, trabajo, almuerzo y trabajo. Al anochecer, la llegada a casa con la misma soledad que reinaba en su vida. Tomó la pistola y jaló el gatillo. Esta vez la bala salió, depositándose en su sien y cumpliéndose el destino y final que anhelaba.
(por Valentina Pendola)
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